Un tren bastante lento y cutre me aleja de Londres. Ha empezado el mes de mayo, y con él ha arrancado verdaderamente el año. Quedan atrás para siempre los abrigos gordos y el engorro de qué hacer con ellos cuando entras en un bar húmedo con los cristales de las gafas empañados. Vuelven al armario los días invisibles, las manos raspadas por el frío y la hibernación de lo realmente excitante. Cuando el sol agrieta el cielo de Londres durante más de dos días seguidos, los ingleses caminan invencibles, orgullosos. Con la frente bien alta dan saltitos al ritmo de los atardeceres largos bebiendo latas de cerveza caliente. No importa si dentro de unas horas cambia de nuevo nuestra suerte y el frío juega de repente al boomerang, y la lluvia vuelve a machacar las aceras, y quedarse en casa deja de parecer una quimera. Cuando eso pase, porque pasará, en el cerebro colectivo y extraño de la sociedad británica, ya será casi verano. Porque para los ingleses nunca es primavera. Es casi verano. Al fin y al cabo las gotas de lluvia sobre el asfalto destilan un olor delicioso en las noches de mayo. Además, aunque el frío aceche, las noches largas se vuelven un refugio aún más eterno si comienzan un poco más tarde de lo normal. Diluvie, haya tormenta eléctrica, o sean las diez de la noche, entre mayo y septiembre los parques de Londres están llenos de ingleses en pantalón corto con la cara embadurnada de crema solar.
Pienso últimamente en lo que significa para mi empezar algo de nuevo. Entiendo que, desde fuera, mi vida pueda parecer un campo de minas de bandazos, cambios de rumbo y saltos al vacío. Acuso una sensibilidad especial y algo maltrecha por lo contradictorio. Intento buscar constantemente las respuestas y en el camino aparecen tantas preguntas, que a veces pierdo la perspectiva de lo que andaba buscando. Desde bien adolescente entendí que perderse es algo maravilloso, y que la vida siempre acaba llegando a donde tiene que llegar. Sin embargo, mi cabeza necesita sentir que nos movemos. Hacia dónde es importante, pero menos. Lo importante es que nos movamos, que avancemos un pequeño trecho cada día hacia el objetivo siguiente. Creo que esto es hermoso porque pone el foco en el camino. En las flores que lo habitan, en las estaciones de emergencia que nos salvan, en las personas que también lo transitan. El mundo está cada vez más obsesionado con los resultados, las metas, los números. Yo reivindico, dentro de un orden más o menos pragmático, la belleza de intentarlo. La importancia de dejarte el pecho en algo grande. Grande para ti. Grande porque te rasca el corazón, porque estimula tus pelos de punta y te hace perder un poco la calma.
Desde no me acuerdo muy bien cuándo hasta hace algo más de tres años, siempre milité en una banda. Tocar en una banda es algo muy difícil de explicar. Recuerdo con especial cariño un momento de cierta desesperación, minutos antes de subir a tocar en uno de los escenarios más pequeños del mítico festival de la Isla de Wight. Aquel verano yo vivía con un pánico difícil de controlar por todo lo que estaba pasando a mi alrededor. Las noches eran complicadas y el sudor frío venía a menudo a saludar. En mitad de todo eso, mis compañeros y yo viajamos como sardinas enlatadas en un Opel Corsa con todos los instrumentos encajados con maña entre cada centímetro de nuestros cuerpos, hasta el techo del coche. Acampamos todo el fin de semana en uno de las peores zonas del camping del festival. Nos habían contratado para tocar el domingo a las once y media de la mañana, con la mala suerte de que el sábado por la noche empezó a diluviar. Recién levantados, entre el barro y el olor a humanidad, nos deslizamos con nuestros bártulos a través de la niebla y la impronta cortante del viento hacia el escenario en la carpa correspondiente. A mitad del camino se me cayó una de las fundas al suelo. Un poco harto, imploré a mis compañeros algo así como “¿realmente merece la pena todo esto para tocar nuestras malditas guitarras durante media hora en un escenario de mierda?”. No hizo falta respuesta. Nos miramos cómplices, más fuertes que nunca, y continuamos la marcha. Nos pagaron cincuenta libras. Fue uno de los mejores días de mi vida.
Casi todas las bandas se rompen. Es inevitable. A veces, cuando no se rompen las bandas, se rompen sus miembros igualmente. Cuando mi última banda se rompió, la del barro en el festival de la Isla de Wight, hizo un ruido aparatoso. Las heridas fueron un poco similares a las de un desamor y tardaron más de la cuenta en cerrarse. Desde entonces escribo con urgencia. Casi con violencia. Porque habita dentro de mi una lucha a muerte entre el caos y el plomo del paso del tiempo. Y en esa inercia, encontré la manera de seguir escribiendo canciones con los supervivientes del naufragio. Poco a poco, con la calma de quien nadie espera. Tengo las ganas intactas y la piel raspada. La miel en la lengua y los ojos rojos. Las manos cortadas y el vino caro. El café frío y la vida en los brazos. Los principios son abismos. Los abismos son fronteras perfectas en las que ponernos a bailar. No importa cómo bailes. Lo importante es bailar y, lo bonito de intentarlo, es que seguramente salga mal.
Me da la sensación de que al año le entran las prisas en mayo. Lo siento en la vorágine de los fines de semana, en el trabajo, en mi familia, en mis amigos y en mi falta de sueño. Sin embargo, durante tanto tiempo me pareció tan extraterrestre imaginar empezar una banda de nuevo, que hacerlo en un mayo tan salvaje tiene cierta ironía, cierta justicia poética. Está llegando el tren a su destino. Apuro los últimos sorbos de este café caducado. Empezar de cero no es valiente, ni heroico. Empezar de nuevo quiere decir que ya lo has intentado antes, que estás viviendo, que estás bailando. Empezar de cero no es recomendable ni romántico; es obligatorio.
p.d. mi nueva banda se llama Glassdream 😊
Mi recomendación de la semana
Este año están saliendo muchísimos discos increíbles, y a veces me parece imposible seguir el ritmo frenético. Por eso, como parte de este pequeño refugio semanal, he decidido empezar una playlist donde iré añadiendo mis canciones favoritas nuevas de lo que va de año. Puedes escucharla o seguirla aquí. Especial cariño y atención esta semana a un disco maravilloso en el que he tenido la suerte de trabajar. The Prize es el álbum debut de Prima Queen. Tras nueve años de camino, Kristin y Louise combinan historias de amor, desamor y sobre todo de su propia amistad, revestidas con una elegancia pop y guitarrera a partes iguales. Su manera detallada, directa y algo visceral de contar historias es digna de sentarse con una copita de vino a leer las letras. Spaceship tiene probablemente la letra más a corazón abierto que he escuchado en mucho tiempo.
Mi pequeña reflexión sobre lo del apagón
No quiero ocupar demasiado tiempo escribiendo sobre esto, porque las noticias ya están lo bastante saturadas. Solo quería compartir un pensamiento intenso que vengo teniendo desde hace meses. La clase política en España ha colonizado todas las instituciones del Estado. Desde mi punto de vista, esto es peligroso porque los cargos de altísima responsabilidad no los ocupan profesionales de cada sector, sino políticos de profesión sin experiencia pero con carnet del partido de turno. Me da un asco inmenso ver el desfile constante de miembros de gobiernos luchando la famosa “batalla del relato”. Me pregunto si alguno realmente desempeña algún trabajo, además del de promocionar la “versión oficial”. Todos los políticos comentan de todos los temas, y todos tienen una opinión perfectamente informada de todo. ¿Cómo es posible? ¿Son todos los miembros del gobierno (y de la oposición) de repente expertos en energía? O a ver si va a ser que, como decían en la administración Obama, no pueden dejar pasar una buena crisis para sacar rédito político. Y mientras tanto, los españolitos pagando el pato. Es para darle una vuelta.